Comenzaban las jornadas con una revisión general del aseo personal: uñas, peinado, guardapolvo, pañuelo, lustre de los zapatos. Luego saludábamos colectivamente a la Sra Directora, en aquél entonces la Sra de Fontán; se procedía a izar la bandera, para lo cual se elegían a dos alumnos, que antes la llevaban plegada, desde la Dirección hasta el mástil que estaba ubicado hacia el fondo; se la izaba, mientras todos recitábamos la “Oración a la Bandera”.
Después de las horas de clase teníamos el recreo, en el cual dábamos rienda suelta a nuestras tensiones. Correr, empujar, conversar, gritar, desatarle el moño de atrás - en muchos casos almidonado - a las chicas, y otras múltiples actividades que se desarrollaban vertiginosamente en esos diez minutos.
Los libros de lectura cambiaban cada año. La lectura era una actividad diaria y fundamental, para aprender a leer y a educar la dicción. Pasábamos al frente y debíamos leer en alta voz. Con ello, además, nos familiarizábamos con los argumentos y podíamos reducir, de paso, las faltas de ortografía. Se le prestaba mucha atención al énfasis y a la claridad con los que se expresaban las oraciones, al cuidado de los signos de puntuación, y la comprensión de los textos.
Las lecciones de gramática nos llevaron a entender qué eran los sustantivos y los verbos, con su singular, su plural y los tiempos. La construcción de las oraciones con el sujeto, el verbo y el predicado, y tantas otras cosas que enriquecían día a día, durante todo el ciclo escolar, nuestros modos de escribir y de expresarnos, a la vez que...
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